viernes, 29 de julio de 2011

Era esa mórbida obsesión de alejarme de tu mirada expectante para entender lo profundo que acababa de decir.

martes, 19 de julio de 2011

Vamos a exagerar que acá no paso nada


Vamos a exagerar que acá no paso nada:

Había decido a embriagarme para escribir un texto más o menos legible, dependiendo, obvio, del estado de su escritor al momento de empezar semejante epopeya (hace un tiempo que me invaden miles de ideas; pero la perezosa pluma, al momento de dignarse a escribir, solo atina a depositar actos amorosos fallidos o una mezcla rara entre un cuento de desazón y pampas húmedas).

Siempre que leo a uno de mis escritores pienso el estado que acobijo su alma para producir semejante obra, y pienso en un Rimbaud lleno de drogas psicodélicas, o un García Márquez ebrio en su escritorio. Luego me retracto, no creo que el señor Gabriel haya estado tanto tiempo en embriaguez como para producir su realismo mágico, más de cien años de ella si no leo mal.

Sonriente, le serví un té en la cama a mi abuela, que había decido misteriosamente retirarse a su alcoba y dejarme la cocina solamente para mi “uso “ personal. No porque intuyera lo que acaecería. Ya que ambos hemos terminado en estados bastantes embarazosos antes, es de imaginar la escena de ambos ebrios en el cubículo que es la cocina, que además de graciosa, seria repetitiva puesto que en navidad y para la semana pasada nos embriagamos, sin querer, juntos en la tarde, a la par.
-Cocina-
Prendí el grabador, agite la coctelera, y mientras Edith piaf inundaba mi  cocinar, un aperitivo de vino blanco con hojas de burro y cedrón, ingerí. 

Los platos, ya empezaban a escurrirse, al tiempo que uni and her hukulele al compás de Beirut marcaban el tiempo: abro la heladera, en (re)busca de ideas sobre lo que escribir, indagando en ese compartimiento cuadrado o, simplemente intentando hallar los limones.

Mientras exprima las imágenes se posaron en mi mente, un nuevo comienzo, el cuento que hace meses prometo escribir, una obra de teatro, el estruendo de miles de ideas neonatas que rodaban por sobre los descuajeringados limones, que cicatrizaban de la forma más dolorosas, esos fetos de ideas recién desprendidos.

En semejante accionar, hasta la mujer del libro (inmaculada Cristina Wargon) me parece lasciva, picara y hasta llamativa; a lo que pienso sonrojado, ojala que mi amada Ana María Shua no se entere. Caigo en la cuenta, esto es demasiado ya.

Volví, a paso regular, medido a preguntarle a la Abu, si quería algo más. Algo así como la bolsa de agua atine a oír, puse la pava, y mientras llenaba el susodicho trasto, el café con licor se coló por mi garganta.
Ahora me siento, entonado, a escribió, con una copa de whisky en mis mano y jugando con el hielo, mareado, escribo frenético, ideas, desenlaces, musas varias. El piso gira, me levanto y contemplo mi obra casi completa… 

Vomito sobre ella. Mala idea, esta, mala idea.